EL TESORO ENTERRADO: LA BATALLA SILENCIOSA POR LOS MINERALES PERUANOS


Cada día, mientras los peruanos luchan por mejorar sus condiciones de vida, miles de toneladas de riqueza mineral cruzan nuestras fronteras sin que podamos retener su verdadero valor. Esta no es una historia de escasez, sino de abundancia mal gestionada. Debajo de nuestros pies yace uno de los depósitos minerales más codiciados del planeta, pero la pregunta incómoda que pocos se atreven a formular es: ¿quién está realmente beneficiándose de este tesoro?

El pacto desigual que nadie quiere discutir

 En los elegantes salones donde se firman acuerdos internacionales, lejos de las comunidades andinas y amazónicas, se ha establecido un sistema que permitiría a las potencias extranjeras —encabezadas por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN— acceder a nuestros minerales estratégicos bajo condiciones que resultarían inaceptables en sus propios territorios. Lo que se presenta como "inversión extranjera benéfica" esconde una realidad más compleja: un sofisticado mecanismo de extracción de riqueza que deja al Perú las migajas de su propio festín mineral.

Sabía usted que cuando exportamos concentrados de cobre también estamos regalando tierras raras valoradas en millones de dólares? ¿O que mientras discutimos sobre centavos en regalías, corporaciones multinacionales obtienen subproductos como plata y molibdeno prácticamente sin costo adicional? El informe de Cooperacción que documenta este fenómeno ha sido convenientemente ignorado en los círculos de poder económico y político.

El secreto mejor guardado de la minería peruana

La industria minera moderna no se parece en nada a la imagen simplista de extracción que muchos tienen en mente. Cada tonelada de mineral procesado contiene un universo de elementos estratégicos fundamentales para las industrias de alta tecnología y defensa. Sin embargo, por carecer de capacidad tecnológica propia, el Perú se ve obligado a exportar estos tesoros en bruto, perdiendo la oportunidad de multiplicar su valor.

 Mientras tanto, en laboratorios alemanes, fábricas estadounidenses y centros de investigación japoneses, estos mismos minerales se transforman en componentes de alto valor agregado que luego regresan a nuestro país como productos terminados con precios exponencialmente mayores. El ciclo de dependencia se perpetúa con cada barco que zarpa cargado de nuestros concentrados minerales.

Lo que las comunidades saben y Lima ignora

En las alturas de Cajamarca, en los valles de Apurímac o en las quebradas de Moquegua, familias enteras pueden narrar historias que contradicen radicalmente los relucientes informes de sostenibilidad corporativa. Comunidades que han visto secarse sus manantiales, agricultores que ya no pueden producir como antes, niños con niveles alarmantes de metales pesados en sangre. Estos no son casos aislados ni anécdotas exageradas: son el testimonio vivo de un modelo extractivo que ha demostrado su incapacidad para conciliar las ganancias corporativas con el bienestar comunitario.

Las protestas que periódicamente sacuden el país no son, como algunos sugieren, producto de agitadores profesionales o intereses oscuros. Son el grito desesperado de poblaciones que experimentan en carne propia las consecuencias de decisiones tomadas a miles de kilómetros de distancia, en oficinas corporativas donde sus vidas se reducen a variables en una hoja de cálculo.

La encrucijada que definirá nuestro futuro

El Perú se encuentra ahora en un momento decisivo. Podemos continuar por la senda conocida, exportando materias primas mientras importamos pobreza y conflicto social, o podemos atrevernos a re imaginar nuestra relación con nuestros recursos naturales. Las experiencias de países como Australia, Canadá e incluso Chile demuestran que es posible desarrollar una industria minera que respete la soberanía nacional, promueva el desarrollo local y proteja efectivamente el medio ambiente.

Este cambio de paradigma requiere valor político e inteligencia estratégica. Significa revisar acuerdos internacionales desfavorables, invertir en capacidades tecnológicas propias y establecer regulaciones que prioricen el interés nacional sobre las ganancias corporativas de corto plazo. Significa también exigir transparencia total en la cadena de valor mineral y asegurar que las comunidades afectadas participen genuinamente en las decisiones que impactan sus territorios.

El desafío de nuestra generación

La verdadera riqueza de una nación no se mide por lo que extrae de su suelo, sino por lo que es capaz de crear con esos recursos. La minería peruana puede y debe convertirse en la plataforma que impulse nuestra industrialización, nuestra soberanía tecnológica y nuestro desarrollo sostenible.

El camino no será fácil. Enfrentaremos resistencias poderosas, tanto externas como internas. Intereses creados que se benefician del status quo movilizarán sus recursos para mantener su posición privilegiada. Pero si comprendemos que lo que está en juego es nada menos que el futuro de nuestra nación, encontraremos la determinación necesaria para perseverar.

La pregunta no es si podemos permitirnos el lujo de cambiar nuestro modelo minero. La pregunta es si podemos permitirnos el lujo de no hacerlo. Los minerales peruanos pertenecen a todos los peruanos, no solo a quienes poseen los medios para extraerlos. Es hora de que esta riqueza sirva genuinamente al desarrollo integral de nuestra nación, creando oportunidades reales para las generaciones presentes y futuras.

El verdadero tesoro del Perú no está solo en sus montañas ricas en minerales, sino en la posibilidad de forjar un nuevo contrato social que permita aprovechar estos recursos de manera justa, sostenible y soberana. Este es el desafío que tenemos por delante. Este es el legado que podemos dejar.